Tinta estaba muy asustada. El intensísimo dolor que sentía en el tobillo que se había torcido le impedía levantarse y seguir corriendo y aquél tío vestido con una gabardina negra y con la cara llena de cicatrices estaba a punto de agarrarla. Pero no la cogería sin lucha; seguramente terminaría prisionera de los olfateadores pero para entonces Guy Montag tendría unas cuantas cicatrices nuevas en la cara gracias a las uñas y los dientes de Tinta. No sería fácil porque aquel tipo parecía ser bastante duro, pero al menos lo iba a intentar. Nunca sabremos si Tinta podría haberse medido en una pelea con Guy Montag, yo sospecho que sí aunque al final habría perdido; y no lo sabremos porque en ese momento, cuando todo parecía perdido y el jefe de los olfateadores ya saboreaba su triunfo sonó en el parque el grito de guerra más salvaje y escalofriante que nunca se había escuchado en esa parte del mundo. Es imposible describir con palabras ese grito, aunque sonó algo así como ¡¡¡YAAAAAAAAAAAAEEEEEEEEYAYAYAYAYAYAEEEEEE!!! ¿Quién será? os preguntaréis. ¿Será tal vez uno de esos guerreros vikingos que se volvían locos en la batalla y luchaban como animales salvajes llevando el terror a los corazones tanto de amigos como de enemigos? ¿Sería quizás uno de esos 300 guerreros espartanos que lucharon en las Termópilas contra el ejército persa que tenía miles de hombres? ¿Podría ser un salvaje samurai japonés con sus terribles gritos guerreros y su afilada espada? Pues no, amigos míos, no era ninguno de esos guerreros legendarios. De hecho conocemos bien al dueño del grito que hizo que la sonrisa de Montag se transformara en una mueca de sorpresa y todos los pelos de su cuerpo se pusieran de punta; el dueño de semejante alarido era otro que nuestro amigo Tipo, que al ver a Tinta indefensa y a punto de caer prisionera se olvidó de todos sus miedos, lanzó su grito de guerra y se lanzó a la carga. Tipo no era demasiado fuerte ni atlético, al contrario, su cuerpo era rechoncho, su carácter bonachón como el de un hobbit y prefería una buena comida a una pelea. Sin embargo al igual que un hobbit, si no tenía más remedio era un combatiente temible. Mientras su grito hacía que Montag se volviera sorprendido y con la boca abierta, Tipo aceleró y saltó impactando contra la barriga del olfateador. El golpe fue terrible y casi dejó sin sentido a Tipo, pero para Montag, que no se esperaba semejante ataque, fue peor: salió despedido y dando vueltas hasta que quedó tendido a los pies de un árbol con la boca llena de tierra y la cabeza llena de pajaritos cantando. Tipo quedó en el suelo dolorido pero no perdió el tiempo, aprovechando que su contrincante estaba momentáneamente fuera de combate ayudó a Tinta a levantarse y medio corriendo medio renqueando se dirigieron al bote que estaba escondido entre unos juncos a la orilla del río.
Mientras Tipo y Tinta escapaban y Guy
Montag contaba pajaritos tendido en el suelo, Gütt tenía sus
propios problemas. Atraídos por el escándalo que había montado
como distracción unos momentos antes, los olfateadores corrieron
hacia él a toda velocidad. Sin embargo tenía una buena ventaja y no
tuvo demasiados problemas para salir del parque y perderse en los
oscuros callejones. Había un montón de perseguidores, todos los
olfateadores de Turelia parecían haberse reunido esa noche, sin
embargo Gütt era listo y consiguió despistarlos en la oscuridad de
las callejuelas y volver a la imprenta a toda prisa. Si no se
equivocaba alguien debía haber reconocido a Tinta, así que en
cuanto consiguieran reorganizarse, los olfateadores no tardarían en
aparecer: había llegado el momento de desmontarlo todo, cargar la
imprenta en la vieja furgoneta y buscar un escondite seguro antes de
huir del país. Solo esperaba que el ladrón de libros que en ese
momento escalaba los muros del castillo para dejar en la habitación
del rey el libro de dinosaurios tuviera éxito en su misión.
Pero yo no estaba escalando los muros
del castillo donde dormía el rey, todavía no. En ese momento me
estaba colando en una pequeña habitación donde un hombre enorme
dormía apaciblemente. Tenía que actuar con mucho cuidado, porque si
ese tío despertaba y me pillaba allí podía tener problemas muy
gordos, sin embargo esta parte de la misión era imprescindible para
que mis planes salieran bien, así que silencioso como una sombra
entré por la ventana me colé en la habitación y me acerqué a la
mesilla. En ese momento el hombre que dormía dejó de roncar. Yo me
quedé petrificado y con todos los músculos tensos dispuesto a
saltar y escapar por la ventana. Falsa alarma. El hombre se dio la
vuelta y siguió durmiendo. Yo aproveché la oportunidad y dejé
sobre la mesilla, en un lugar donde la viera al despertar, una
sencilla carta. Apenas tenía escritas ocho palabras pero era vital
que ese hombre la leyera; si no me equivocaba, cuando lo hiciera se
iba a montar una buena. Con esa parte de la misión cumplida, escapé
por la ventana y, cargado con el pesado libro de dinosaurios me
dirigí hacia el palacio.
Cuando Gütt llegó al local de la
Imprenta Borrón de Tinta, Prensa estaba terminando de desmontarlo
todo y embalando las piezas, colocándolas con cuidado en cajas. Poco
después aparecieron Tinta y Tipo. Tinta cojeaba mucho y Tipo tenía
un monumental dolor de cabeza (Guy Montag no tenía la barriga nada
blanda) pero los dos estaban bastante bien y mientras Tinta se
refrescaba el tobillo inflamado con una bolsa de hielo, los demás lo
cargaron todo en la vieja furgoneta. La Imprenta Fantasma hacía
honor a su nombre y desaparecía una vez más en medio de la noche.
-Ahora todo depende de Leonardo y del
rey -dijo Gütt mientras miraba con tristeza a la sala vacía-, Si
Leonardo cumple su misión y a Tim le gusta el libro, seguramente
habremos conseguido que los libros de dinosaurios dejen de estar
prohibidos en Turelia; si Leonardo no lo consigue todos nuestros
esfuerzos habrán sido en vano. Ahora marchémonos antes de que
lleguen los olfateadores, porque si han reconocido a Tinta no
tardarán en aparecer.
Pero algo extraño había ocurrido y
los olfateadores nunca llegaron.
El muro de la torre donde estaba la
habitación del rey Tim es uno de los más difíciles que he escalado
en mi larga carrera como ladrón de libros. Afortunadamente algunas
ramas de hiedra trepadora y un frágil canalón me ayudaron en mi
tarea y me sirvieron de apoyo para ir subiendo lentamente hacia la
ventana que estaba casi en todo lo alto. Cuando llegué arriba me
apoyé en el alféizar y pude ver por primera vez al rey Tim. El
claro de luna que entraba por la ventana bañaba la cama donde Tim,
un niño rubio y de aspecto pálido y desvalido se removía en un
sueño inquieto. Parecía tener una pesadilla. Me dejé caer con
suavidad y en silencio, con cuidado de no despertarlo deposité el
libro de dinosaurios sobre la mesilla de noche. Cuando me dirigía
hacia la ventana, el suelo que era de viejas tablas de madera crujió
de forma desagradable y Tim despertó. Yo ya había saltado al borde
de la ventana y me disponía a escapar cuando nuestras miradas se
encontraron. El rey Tim estaba somnoliento y alarmado pero en sus
ojos no había miedo, ni siquiera aparentaba que fuera a dar la
alarma; y es que tenía más miedo a los guardias rojos que guardaban
su puerta que al ladrón de libros intruso que escapaba por la
ventana. Entonces vio iluminado por la luz de la luna el libro que
había sobre su mesilla, lo cogió y su mirada se iluminó. Yo le
guiñé un ojo y escapé pero no me fui muy lejos; me quedé
acurrucado sobre una gárgola que había cerca de la ventana del rey.
Tenía curiosidad por ver lo que ocurriría a continuación. Poco
después se encendió una luz en el dormitorio. El rey había
empezado a leer. Leyó y leyó durante toda la noche. Terminó el
libro y lo volvió a empezar, repasó los dibujos, se sorprendió con
los desplegables y se maravilló con las costumbres de aquellos
antiguos animales. Y así, con el libro en la mano lo sorprendió el
amanecer y... también Nuncastoi Contento, el sumo sacerdote de Om
que, como siempre hacía, entró en la habitación de Tim sin
molestarse en llamar a la puerta.
-Buenos días majest... -el saludo se
quedó a medias mientras el sacerdote miraba fijamente, alarmado, el
enorme libro que el rey Tim tenía sobre sus rodillas.- ¿Qué es
eso, majestad?
-Es un libro, Nuncastoi -respondió el
rey Tim con serenidad-, un libro de dinosaurios.
-Pero esos libros están prohibidos por
la Ley de Om, majestad. -Respondió el sacerdote controlando su
enfado a duras penas. Un tic nervioso empezó a guiñar su ojo
derecho.- Y quienes lean ese tipo de libros arderán sin dilación en
los infiernos negros.
-Pues he estado leyendo este libro
durante toda la noche, incluso lo he leído varias veces y ni rastro
de los infiernos negros, de hecho he aprendido un montón y hacía
tiempo que no me sentía tan bien. Así que tengo una duda, sacerdote
¿Están prohibidos por la Ley de Om o por la Ley de Nuncastoi
Contento? -Preguntó el rey Tim mientras sonreía inocentemente y
pasaba una página. Una enorme cabeza de tiranosaurio se desplegó.
Nuncastoi contento se quedó sin
palabras. Estaba acostumbrado a ver al rey Tim sumiso y asustado, sin
embargo aquel niño con su libro de dinosaurios sobre el regazo lo
estaba desafiando. Un enfado negro y burbujeante crecía en su
interior. Abrió la boca para contestar pero el rey lo interrumpió.
-¿Sabes Nuncastoi? Creo que estoy
empezando a hartarme de tantas prohibiciones. Hasta ahora he firmado
todo lo que me dabas sin rechistar pero eso se ha terminado. -Algo
había cambiado en el rey Tim, el miedo había desaparecido y aunque
su rostro seguía pálido había firmeza y determinación en su voz.
-¿¿QUE ESTÁS EMPEZANDO A HARTARTE??
¿¿QUE LAS PROHIBICIONES DE OM SE HAN TERMINADO?? -El sacerdote
había estallado por fin. Su sonrisa falsa y pegajosa había
desaparecido y su rostro era una máscara de ira y locura.
-Yo soy el rey y me obedecerás,
consejero -Respondió el rey Tim desafiante.
-¿El rey? ¿El rey? -preguntaba
Nuncastoi con los ojos amenazando con salirse de sus órbitas- ¡Tú
no eres mas que un niño malcriado! ¡Guardias!
Los dos guardias rojos que guardaban la
puerta entraron y se colocaron amenazantes junto a la cama del rey,
que se abrazaba a su libro como si fuera un escudo. El sacerdote
continuó hablando un poco más tranquilo.
-Bien, que caigan las máscaras. Tú no
eres más que un mocoso sin amigos al que mantengo en el trono solo
para guardar las apariencias -dijo Nuncastoi con voz fría-. Así que
te diré lo que vamos a hacer. Seguirás firmando los decretos que yo
te presente y obedeciendo mis órdenes, porque si no lo haces...
-¿...qué pasará sacerdote? Tengo
curiosidad -tronó una voz profunda desde la puerta.
Todos se volvieron sobresaltados y allí
estaba el comandante Sir Samuel Vimes, de la Guardia Real, con su
armadura completa, justo en la puerta de los aposentos reales. El
rey, que hasta entonces había estado pálido recuperó el color;
Nuncastoi contento se puso rojo de ira y los guardias rojos se
pusieron blancos de puro miedo: el terrible comandante de la Guardia
Real estaba allí mismo y parecía muy cabreado. Tal vez valga la
pena explicar ahora por qué estaba allí el comandante de la guardia
real. Recordaréis que mi misión de esa noche tenía dos partes:
debía entregar el libro del rey y una carta. Pues bien, el
destinatario de la carta era el comandante de la guardia y la carta
decía lo siguiente: "El rey está en peligro. Firmado: L".
Sir Samuel la encontró al alba, nada más despertar y en cuanto la
leyó se asustó tanto que movilizó la Guardia Real al completo y se
dirigió a los aposentos del rey. Como hemos visto, llegó justo a
tiempo. El comandante entró en la habitación y se acercó a la cama
mientras otros dos guardias reales tomaban posiciones bloqueando la
salida.
-¿Órdenes majestad? -preguntó Vimes
con suavidad.
-Quiero a esos guardias rojos fuera de
mi castillo y no quiero volver a ver a un sacerdote prohibidor en mi
vida -Respondió el rey Tim con voz firme.
-¿¿QUE QUIERES QUÉ...?? ¡¡MALDITO
NIÑATO!! ¡¡CONOCERÁS LOS INFIERNOS NEGROS!! ¡¡CONOCERÁS LA IRA
DE OM!! ¡¡CONOCERÁS MI IRA!! -Nuncastoi Contento hacía honor a su
nombre y había perdido definitivamente los papeles. Gritaba,
escupía, vociferaba, hasta que ¡CLONC! El puño enfundado en un
guante de hierro del comandante de la Guardia Real cayó sobre la
cabeza del sacerdote dejándolo sentado a los pies de la cama del
rey, contando pajaritos y con una sonrisa en la cara.
-Y vosotros ya habéis oído al rey
-dijo Vimes a los guardias rojos-, fuera del castillo.
-Pero mi comandante -objetó uno de los
guardias rojos-, vuestros hombres están bloqueando la puerta.
-Bueno -respondió Vimes con una
sonrisa-, entonces tendréis que salir por otro sitio ¿verdad?
Los guardias rojos miraron a Vimes; el comandante era el mejor espadachín del reino y enfrentarse a él podría ser desastroso, luego se miraron entre ellos, se encogieron de hombros... y sin pensarlo dos veces saltaron por la ventana. Acurrucado sobre la gárgola los vi caer como dos meteoritos rojos en el agua sucia del foso que
rodeaba el castillo ¡CHOF! Poco después salieron como ratas
mojadas y echaron a correr. Parecían tan asustados que no me extrañaría si todavía estuvieran corriendo.
Y bueno, más o menos aquí se acaba
esta aventura. La Guardia Real expulsó los guardias rojos del
castillo y los sacerdotes prohibidores de Om nunca más pudieron
prohibir nada en Turelia. Los consejeros y amigos del rey que habían
sido desterrados por Nuncastoi Contento pudieron volver al castillo y
en cuanto a Nuncastoi Contento fue puesto en libertad (el rey Tim no
era rencoroso) y recorrió el reino arriba y abajo predicando,
amenazando con los infiernos negros y prohibiendo cosas. Sin embargo
nadie le hacía demasiado caso y al final se cansó de prohibir. Por
supuesto los libros de dinosaurios volvieron a estar permitidos en
Turelia y el rey Tim quiso conocer a los de la imprenta fantasma que
fueron sus invitados en el castillo hasta que un día se fueron en
busca de otro reino donde hubieran libros prohibidos. En cuanto a mí,
bueno, volví a mi biblioteca, con mis libros y me puse a escribir
esta historia para que no sea olvidada.
Y aquí se acaba la historia, colorín colorado...
Como os prometí la semana pasada, como no puedo poner una foto en esta parte del cuento he puesto un dibujo que me ha hecho un amigo. Si os apetece ver el dibujo más grande solo tenéis que pinchar en él con el ratón. Espero que os guste.
Como os prometí la semana pasada, como no puedo poner una foto en esta parte del cuento he puesto un dibujo que me ha hecho un amigo. Si os apetece ver el dibujo más grande solo tenéis que pinchar en él con el ratón. Espero que os guste.
leonardo es molt llarg para llellilo la senyo
ResponderEliminari si tardas enn posaulo i fa del divedres que telo llevaste si tens molt que fer tens en casse dos meuos para claudia i nerea r.
¡Hola Esther! Creo que quieres decirme que la historia que os cuento es muy larga... puede ser, pero es que me gusta tanto leer como escribir, y quiero que vivais la historia como yo la viví, por eso os cuento tantos detalles, aunque intentaré ser más breve.
ResponderEliminarGracias por escribirme.
¡Hasta pronto!