La madrugada era húmeda y oscura en la
capital de Turelia. Una niebla pegajosa y fría subía del río y las
pocas farolas que había en las esquinas apenas bastaban para
iluminar las calles. Era una buena noche para estar en casa, bien
tapado con las mantas y soñando cosas bonitas.
La puerta de la Imprenta Borrón de
Tinta se abrió de golpe. El pincel resbaló entre los dedos de Tinta
dejando una mancha en el papel, a Prensa se le cayó en un pié la
llave con la que ajustaba los tornillos de la gran imprenta y Gütt
pegó tal salto que volcó la mesa en la que estaba trabajando y
tinteros y plumas rodaron por el suelo con un tintineo. Los operarios
de la Imprenta Fantasma aguantaron la respiración mientras miraban,
asustados, hacia la puerta abierta por la que se derramaba la fría
niebla procedente de la noche. ¿Los habían descubierto los
olfateadores, la terrible rama secreta de la Guardia Roja?
Los olfateadores llevaban sombreros y
gabardinas de cuero negro y se desplazaban en coches negros buscando
en la noche a quienes osaran desafiar las prohibiciones de los
sacerdotes de Om para llevárselos a sus tenebrosas cárceles. Los
olfateadores eran despiadados e inteligentes y estaban al mando del
terrible Capitán Guy Montag, que era extremadamente listo y también,
según se decía, extremadamente malo.
Pero no. No fueron los olfateadores con
sus largos abrigos negros quienes entraron por la puerta abierta,
sino Tipo, que venía sudoroso, sofocado y sobresaltado. Se sentó en
una silla para recuperar el aliento mientras Gütt cerraba la puerta
no sin antes echar un vistazo temeroso al exterior, y dijo: maldita
sea, me han descubierto. Los otros dieron un respingo. Cuéntanos
-pidió Tinta-. Dejad que respire un poco -resopló Tipo-, jo, tengo
que perder peso. Vale, ya me encuentro mejor. Sabéis que había ido
a hacer una entrega de libros. Todo parecía ir bien, las calles
estaban vacías y tranquilas y nadie me seguía. Sin embargo cuando
he llegado al punto de encuentro allí estaba el idiota de mi
contacto: debajo de la farola y dando saltitos como si estuviera
nervioso. No debería haber estado allí, ya sabéis como funciona:
yo dejo los libros en el portal de la esquina y recojo el sobre con
el pago y más tarde, cuando comprueba que todo está tranquilo y no
hay moros en la costa, el contacto recoge los libros. No debemos
vernos ni hablar en ningún momento, las negociaciones se hacen con Gütt
o con Tinta y siempre que no lleven libros encima. Pero no, allí
estaba él, en el punto de encuentro, esperando, y yo con veinte
enciclopedias ilustradas de los dinosaurios dentro de la mochila. Si
Montag me coge con eso encima no vuelvo a ver la luz del sol. El caso
es que al ver que algo no iba bien me he escondido en un rincón
oscuro y me he dedicado un rato a observar los alrededores. Al poco
los he visto, justo al lado del punto de encuentro, aparcado en un
callejón había un coche negro con dos tíos vestidos de negro
dentro: olfateadores. Así que he decidido abortar la entrega y
cuando me estaba dando la vuelta para volver he tropezado con una
bolsa de basura llena de botellas y se ha montado el lío: al oír el
ruido el contacto ha salido pitando como si le hubieran metido un
petardo en los pantalones, las luces del coche negro y de otros dos
más que no había visto se han encendido y todo han sido gritos de
¡Alto a la Guardia Roja! y golpes y escándalo. Afortunadamente yo
ya no estaba allí; he salido pitando a toda la velocidad que daban
mis piernas. Al principio creo que han intentado seguirme, pero me he
metido por callejones estrechos y he dado vueltas y más vueltas para
asegurarme de despistarlos. Y eso es todo, aquí estoy, entero pero
más asustado que un ratón encima de un tambor.
Parece que han sabido de nuestra
existencia pero todavía no nos han descubierto -dijo Gütt mientras
se rascaba la barbilla-. Si supieran que detrás del Borrón de Tinta
está la Imprenta Fantasma ya los tendríamos aquí y nosotros
estaríamos camino de sus calabozos. Sin embargo es cuestión de
tiempo que lo averigüen, así que hay que actuar, hay que
distraerlos de alguna manera, ganar tiempo y aprovecharlo para pensar
en un plan definitivo, en un golpe maestro capaz de acabar con la
prohibición de una vez por todas. Lo de acabar con la prohibición
podría ser hasta sencillo -sugirió Tinta mientras una gran sonrisa
se extendía lentamente por su cara-. Explícate -pidió Gütt-.
¿Quién es el Rey? -preguntó Tinta-. El Rey es un amargado cagado
de miedo -respondió Tipo despectivo-. No, lo que preguntaba es qué
es el Rey. El Rey Tim es un niño -dijo Tinta sin esperar respuesta-.
Y lo normal es que a los niños les gusten los libros de dinosaurios.
Pues bien, lo que haremos será crear el libro de dinosaurios más
bello que se haya publicado jamás y se lo haremos llegar a Tim. Si
con eso no conseguimos que abra los ojos y levante la prohibición
simplemente nos marcharemos del país. Bien, pero hacer llegar el
libro a Tim no es tarea sencilla -objetó Gütt-, ese sacerdote que
tiene como consejero no lo deja solo mas que durante la noche, en su
habitación, sin embargo su habitación está en lo alto de una torre
y la puerta siempre está vigilada por dos guardias rojos. Conozco
a la persona indicada para este trabajo -afirmó Tipo mientras
saltaba de la silla-: Leonardo el Ladrón de Libros se infiltrará en
la torre y pondrá el libro al alcance de Tim, si alguien puede hacer eso es un ladrón de libros y Leonardo es de los mejores. El plan es bueno, pero
seguimos necesitando distraer a los olfateadores que se nos acercan
peligrosamente, para conseguirlo podríamos inundar la ciudad con
octavillas de propaganda -sugirió Prensa-, eso los haría correr
como pollos sin cabeza, podríamos aprovechar la confusión para
colocar unas cuantas remesas de libros con tranquilidad y tendríamos
tiempo para hacer el libro del rey. ¿Y quién repartiría las
octavillas? -preguntó Tipo que seguía sobresaltado- Es un trabajo
peligrosísimo. Bueno -susurró Prensa con una sonrisa pícara-, para
eso necesitamos gente valiente, que no se detenga ante nada y no
conozca el temor, dejaremos que sean los olfateadores quienes nos
repartan la propaganda. ¿¿¿QUEEE??? -gritaron los demás al
unísono. Tranquilos, os explicaré como va -los tranquilizó
Prensa-. Imprimimos una serie de unos cuantos miles de octavillas en
las que ponga: "La Imprenta Fantasma está en la ciudad -
Especializados en libros prohibidos. Los mejores libros de
dinosaurios". Luego cogemos esas octavillas, las hacemos
paquetes y mojamos los paquetes hasta que el papel se apelmace.
Entonces cogemos los paquetes mojados y con mucho disimulo los vamos
dejando en los techos de los coches de los olfateadores. Cuando los
olfateadores den vueltas por la ciudad en sus coches, las octavillas
se irán secando poco a poco y saldrán volando a medida que vayan
quedando secas, con lo que la ciudad quedará llena de propaganda y
para cuando descubran de dónde sale a los únicos que podrán
detener por repartirla será a otros olfateadores. La llamaremos
"Operación Papel Mojado".
La “Operación Papel Mojado” fue un
éxito, los olfateadores se acusaban entre ellos de alta traición
mientras su jefe Guy Montag se volvía loco, incapaz de descubrir de
dónde venían las octavillas. Había estado cerca, a punto de atrapar a ese
pequeñajo regordete que se le escabulló por los callejones con su
mochila llena de libros. Ahora con tanto lío estaba
como al principio, sin embargo no tardarían en caer: Guy Montag
tenía un plan. Ajenos a todo esto, los de la Imprenta Fantasma
trabajaban a toda prisa en el libro del rey. Buscaban las
ilustraciones y las fotos más bonitas, los textos más completos y
las aventuras más exóticas, todo destinado a crear el libro de
dinosaurios definitivo, un libro con desplegables y todo, el libro que todo niño querría tener.
Y es más o menos en este punto cuando
entro yo en la historia; desgraciadamente hoy no tenemos tiempo para
más y tendremos que esperar a la semana próxima para conocer las
apasionantes aventuras y los peligros que viví en Turelia junto con
los cuatro de la Imprenta Fantasma.
Un saludo, portaos bien, sed obedientes
con vuestros padres y vuestra seño y no hagáis nada que yo no haría
;-)
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