Como recordaréis, en mi última aventura había conseguido
infiltrarme en la Biblioteca Nocturna, pero a pesar de todo mi
cuidado había sido descubierto por el espectro bibliotecario.
-Entra libremente, por tu propia voluntad y deja parte de la
felicidad que traes -me dijo-.
Yo no sé a vosotros, pero a mí esta invitación me puso bastante
nervioso. A pesar de todo entré y me acerqué al círculo de luz que
lanzaban las velas que había en un candelabro sobre la mesa de
lectura.
-¡Vaya vaya! -dijo el espectro- ¡Qué tenemos aquí!, si mis viejos
ojos fantasmales no me engañan, tenemos nada más y nada menos que
un ladrón de libros.
Upssss, me había olvidado de que llevaba mi colgante a la vista y el
bibliotecario conocía el símbolo. No os lo he contado, pero cada
ladrón de libros tiene un colgante con un símbolo que lo
identifica. Cada símbolo es diferente pero todos tienen un libro
abierto encima. El mío es una zarpa coronada con un libro abierto,
el de Laura, la ladrona de libros que mencioné hace algún tiempo es
una pluma coronada con un libro abierto; el de Luther, un ladrón de
libros que puede que os presente algún día en una de mis aventuras,
y que está especializado en libros de caballerías, es una espada
coronada con un libro abierto; y así un montón, cada uno
identificando a un ladrón y todos con el símbolo del libro abierto
encima.
-Tranquilo, no huyas, acércate por favor - suplicó el bibliotecario
al ver que mis pelos se erizaban y me preparaba para echar a correr.
Al tiempo que decía eso, se abrió la túnica fantasmal y pude ver
el símbolo que llevaba cogido a una cadena colgando de su cuello:
una mano con un ojo en la palma ¡¡y un libro abierto encima!! el
fantasma era, o había sido un ladrón de libros. Pero no un ladrón
de libros cualquiera, nada de eso, la mano con el ojo era el símbolo,
nada más y nada menos que de Lawrence, el primer ladrón de libros
que había existido y que desapareció misteriosamente, hace 500 años
junto con toda su biblioteca.
-Siéntate, amigo Leonardo -me pidió el fantasma-, no temas nada,
ponte cómodo y deja que te cuente mi triste historia. Veo que has
reconocido mi símbolo, si es así sabes que un ladrón
de libros no puede hacer daño a otro dentro de una biblioteca. Estás
a salvo y yo me muero por hablar con alguien.
La historia del espectro.
Como sabes, mi nombre es Lawrence y soy, o lo era entes de
convertirme en un espectro, el primer ladrón de libros. Yo estaba
especializado en libros de magia y libros mágicos, libros perdidos,
libros olvidados y en general en libros mitológicos cuya existencia
la mayoría de la gente pone en duda. Como puedes ver si miras a tu
alrededor, a lo largo de mi vida pude reunir una buena colección.
Únicamente me faltaba un libro para completarla: El Octavo, el libro
que contiene los ocho hechizos que dieron forma a los reinos
imaginarios. Busqué y busqué durante muchos años a lo largo y
ancho de los reinos imaginarios, corrí mil aventuras y escapé de
mil y un peligros pero El Octavo no aparecía. Quienes conocían su
existencia ignoraban su paradero, y quienes negaban su existencia se
reían de mí; nadie parecía saber nada. Un día, cuando casi me
había dado por vencido, en la biblioteca de los monjes escritores dí
con la pista. Según el catálogo de libros casi imaginarios que hay
en esa biblioteca, se afirmaba que El Octavo estaba en la torre del
Mago Puf. No te dejes engañar por lo gracioso de su nombre, amigo
Leonardo. El Mago Puf era uno de los magos más poderosos y
cascarrabias que han existido y como todos los magos vivía en una
alta torre rodeada de trampas y hechizos protectores. Hice mis planes
y cuando todo estuvo preparado esperé a que el mago saliera y asalté
la torre. No te aburriré con los detalles, pero esa fue la acción
mas difícil de mi carrera: escapé por muy poco de trampas y
cuchillas giratorias; deshice los hechizos defensivos con conjuros y
engañé los hechizos de vigilancia con amuletos. Y al final, por fin
entré en la sala donde estaba el libro. El Octavo estaba abierto
encima de un pedestal y parecía bañado en una extraña luz morada.
No perdí el tiempo, no sabía cuánto tardaría en volver el mago.
Cerré el libro, me lo metí bajo la camisa y eché a correr hacia la
puerta. Bajé escaleras, atravesé habitaciones y recorrí a toda
velocidad larguísimos pasillos; estaba a punto de cruzar la puerta
de salida cuando ésta se cerró con un golpe ¡PLOM! El Mago Puf
había vuelto y me estaba esperando.
-¿Quién eres y qué buscas aquí? -rugió el mago mientras sus
cejas se erizaban como... eso, como erizos y sus ojos echaban chispas
como petardos de San Juan.
No pensaba decirle mi nombre a un mago enfadado, todo el mundo sabe
que si un mago conoce tu nombre puede maldecirte, así que improvisé.
-Mi nombre -respondí con una reverencia- es Carlos y soy carpintero.
Reparo puertas que se atascan, engraso bisagras que chirrían y hago
cualquier trabajo de ebanistería que podáis necesitar. He venido a
ofreceros mis servicios, eminencia.
-Así que Carlos -murmuró el mago sin dejar de mirarme- ¿Y qué
llevas bajo la camisa, Carlos?
-¿Qué voy a llevar (glups), eminencia, sino mis herramientas?
-traté de disimular.
-Así que tus herramientas. No sabía que los ladrones de libros
tuvieran herramientas ¿Y por un momento has pensado, Lawrence, que
podrías engañar al Mago Puf? Te he estado vigilando durante todo el
día, maldito ladrón, y aunque debo reconocer que me has sorprendido
al conseguir burlar mis trampas y mis hechizos, ahora tendrás tu
merecido.
El mago no solo conocía mis planes sino que conocía también mi
nombre. Estaba perdido. Puf levantó su mano derecha que empezó a
brillar con una extraña luz. El colgante con mi símbolo empezó a
calentarse contra mi pecho. Y el Mago Puf me lanzó su maldición:
-Lawrence ladrón de libros, yo te maldigo. Te condeno a ser una
sombra, te condeno a una existencia nocturna, a ser un espectro, a no
estar vivo ni muerto. Te condeno a vivir entre tus libros durante
toda la eternidad pero sin poder tocarlos nunca más. Te condeno a
ver como tu amada biblioteca se va estropeando y llenando de polvo
sin que tú puedas hacer nada para evitarlo. Te condeno a inspirar
miedo y a no encontrar nunca ayuda entre los hombres. ¿Quieres El
Octavo? Muy bien, quédatelo. Pero te va a dar igual porque nunca
podrás tocarlo.
La mano del mago brilló con más fuerza, al mismo tiempo mi colgante
pareció incendiarse con una llama cegadora como la de un gigantesco
cohete de fuegos artificiales, luego cayó la oscuridad y yo me
desmayé.
Cuando desperté estaba aquí. No tardé en descubrir que no podía
tocar los libros. Mis manos atraviesan cualquier cosa que intente
coger. Ni siquiera puedo sujetar la más pequeña pluma del plumero
que me sirva para quitar el polvo. He intentado contratar un ayudante
de entre los curiosos que vienen a menudo atraídos por la leyenda de
la Biblioteca Nocturna, pero todos huyen chillando en cuanto me ven.
Ni siquiera me dejan proponérselo.
-Bueno -reflexioné-, si te he entendido bien, la maldición decía
que no encontrarías nunca ayuda entre los hombres, pero yo soy un
gato, así que nada me impide echarte una mano, o más bien una pata
para ordenar y limpiar todo esto. Además, cuando haga correr la voz
entre los ladrones de libros, mucho me temo que ninguna maldición
podrá impedir que vengan a visitar esta maravillosa biblioteca y a
conocer al mítico Lawrence. O mucho me equivoco, o dentro de unos
cuantos meses te va a sobrar la ayuda.
El espectro se puso tan contento que intentó abrazarme, pero como no
puede tocar nada, ni siquiera a un gato
ladrón de libros, me atravesó... además de pegarme un buen susto;
el que te atraviese un fantasma, por muy contento que esté no es
nada agradable, os lo aseguro.
Me quedé unos cuantos días ayudando al espectro bibliotecario, o
más bien unas cuantas noches, ya que en la Biblioteca Nocturna nunca
se hace de día. Me contó muchas historias divertidas y aprendí
mucho de los libros que allí hay almacenados, sin embargo al final
me tocó volver a mis quehaceres. Se corrió la voz entre los
ladrones de libros y casi todos visitan al espectro con frecuencia.
También se corrió la voz entre los ratones de biblioteca, pero por
lo que yo sé, cuando Dienteduro y Lenguanegra fueron a la
Biblioteca Nocturna, Lawrence, el espectro bibliotecario les pegó
tal susto que aún deben estar corriendo.
Algunos os preguntaréis qué pasó con el manuscrito de Drácula, el
que yo había ido a robar. Pues bien, en realidad no estaba allí.
Ningún libro ha entrado ni salido de la Biblioteca Nocturna en los
últimos 500 años. Aquellos hombres estaban equivocados, el
manuscrito no ha aparecido. Sin embargo si está en alguna parte, yo
lo encontraré... y lo robaré ;-)
Y esto, queridos amigos de 1º A, es todo por este curso. Espero que
os hayáis divertido con mis historias tanto como me he divertido yo
con vuestros cuentos. Como el cole estará cerrado y yo nunca entro a
robar en las casas, este verano no os robaré más libros. Sin
embargo os animo a que sigáis escribiendo para vuestros amigos y
familiares; quién sabe si algún día, alguno de vosotros será un
escritor famoso y lo hará para todo el mundo.
Portaos bien, jugad mucho y nunca, nunca dejéis de leer, de escribir
y de aprender.
Os quiere mucho:
Leonardo.
P.S. Aunque no robe libros, puede que
durante el verano publique alguna aventura más. No me perdáis de
vista.