Autora: Karina (¿Capcognom?)
Edad: 6 años
Colegio: C.E.I.P. Jorge Juan, Novelda
Curso: 1º A
Si algo queda claro en este libro, es que Karina es una auténtica amante de la naturaleza. En él se nos cuenta, de una forma amena y entretenida, una excursión al bosque y al monte y las cosas maravillosas que allí podemos encontrar. Como nota curiosa decir que la exploradora que ilustra la portada tiene un bastón de verdad y el libro tiene muchas lentejuelas brillantes que le dan un gran colorido.
Click en las imágenes para verlas en grande.
viernes, 23 de marzo de 2012
viernes, 16 de marzo de 2012
El regreso de Leonardo (II). La fuga del Castillo de If.
Como recordaréis, la narración se quedó el viernes pasado en
el momento en que fui capturado por los ratones de biblioteca del Castillo de
If. Yo llevaba la cabeza tapada pero noté el momento en que cruzamos las
puertas del castillo por los gritos ensordecedores y las ovaciones de los
ratones que lo poblaban. A pesar de los dolorosos moretones que me habían
causado las porras de goma de mis capturadores, una ancha sonrisa gatuna cruzó
mi cara bajo la capucha negra: tal y como había prometido al abad de los monjes
escritores, entraba en el Castillo de If entre vítores y aclamaciones y por la
puerta principal. Es verdad que también iba maniatado, dolorido y con la cabeza
tapada, pero yo nunca dije que sería sencillo y agradable.
Lo primero que hicieron fue llevarme ante su rey: el temible
Renardo el Ratón Rampante. Me metieron a empujones en el salón del trono, me
golpearon con las porras de goma hasta que caí de rodillas y solo entonces me
quitaron la capucha de la cabeza. Estaba en una gran sala iluminada por
antorchas y llena de ratones de todas clases que dejaron escapar una
exclamación de asombro al ver mi cara, mi mirada verde y mi sonrisa desdeñosa y
llena de colmillos. Había ratones en cada sitio disponible alrededor de la sala
dándose empujones para poder verme; incluso había algunos que habían trepado a
las columnas para ver mejor. En un extremo de la sala, sentado en su trono y
rodeado de ratones guardianes de aspecto terrible estaba Renardo. Era un ratón
viejo y enorme; con el pelo gris, las orejas mordisqueadas en mil batallas y
una gran corona de hierro sobre la cabeza. Tenía una mirada inteligente y cruel
y una voz profunda. Vaya vaya vaya -dijo- conque este es Leonardo, el famoso
ladrón de libros; mis fieles súbditos Lenguanegra y Dienteduro me han hablado
mucho de ti. Y dime, gato ladrón -continuó- ¿Qué buscabas en el Castillo de If?
Me levanté con cierta dificultad, lo que hizo que los ratones retrocedieran un
paso entre un murmullo asustado y miré directamente al rey. Me traen dos
asuntos al Castillo de If -respondí-, el primero es comprobar por mí mismo si
el rey Renardo es tan feo como cuentan por ahí; he descubierto que las malas
lenguas se equivocan: es todavía más feo. Más feo incluso que Dienteduro que ya
es decir. En cuanto al segundo asunto -continué- he venido a recuperar los
libros robados en el monasterio de los monjes escritores; dámelos por las
buenas y me marcharé en paz, pero te advierto que si me veo obligado a cogerlos
por la fuerza, y no dudes que lo haré, lo lamentarás toda tu vida. A medida que
yo hablaba Renardo se fue enfadando más y más: sus dientes rechinaban, sus ojos
se ponían cada vez más rojos y poco faltaba para que echara vapor por las
orejas. ¡¡MALDITO GATO INSOLENTE!! -estalló por fin- ¡¡A LAS MAZMORRAS!!
¡¡ENCERRADLO EN LA MAZMORRA MÁS PROFUNDA Y MÁS HÚMEDA DEL CASTILLO!! ¡A LAS
MAZMORRAS! -gritaba el rey- ¡A las mazmorras! -gritaban los ratones de la
corte- Y a las mazmorras me llevaron. De un empujón (me estaba empezando a
cansar de tantos empujones) me lanzaron dentro de una habitación estrecha y
húmeda con sólidas paredes de piedra. La única cama parecía ser un montón de
paja medio podrida y la única ventana era una pequeña abertura llena de
barrotes por la que entraba una luz mortecina. No me importaron las incomodidades,
tampoco pensaba quedarme mucho tiempo allí. Lo que me interesaba era la puerta,
que estaba fabricada con barrotes de hierro y era tan sólida y tenía tantas
cerraduras como yo había imaginado. Ese día no pensaba hacer nada para no
despertar demasiadas sospechas, además al ser el primer día de mi cautiverio,
el ratón gordo y malencarado que hacía de carcelero estaría más alerta; así que
me tumbé en el rincón donde la paja parecía estar menos sucia, me estiré como
solo los gatos sabemos hacerlo y me dediqué a descansar y a pensar en mis
planes.
Os preguntaréis cómo es posible que estuviera yo tan
tranquilo estando como estaba encerrado en una mazmorra y rodeado de enemigos.
Bueno... no en vano soy un el ladrón de libros más habilidoso de las cuatro cuadernas,
los cinco continentes y los siete reinos. Había venido preparado. Como
recordaréis de la primera parte de esta historia, durante mi último día en el
monasterio de los monjes escritores había estado consultando un libro y un
plano. El plano del castillo lo había dibujado el Abate Faria, un antiguo
prisionero, así que yo a estas alturas conocía el castillo como la palma de mi
mano y podía moverme por él con toda facilidad incluso en lo más oscuro de la
noche. En cuanto al libro, era una de las obras de Harry Houdini, el mago
escapista más grande de todos los tiempos. Houdini era capaz de escapar de
cualquier sitio; incluso estando encadenado no había puerta ni candado que lo
pudiera detener. En ese libro, Houdini explicaba cómo fabricar la llave maestra
definitiva, una llave casi mágica capaz de abrir cualquier cerradura por
complicada que sea. Esa era la llave que tenía yo escondida en una pequeña
bolsita camuflada entre el pelo de una de mis patas. Así que conocía el lugar y
podía moverme libremente: que se fueran preparando los ratones.
En lo más profundo de la segunda noche llegó el momento de
actuar. Amontoné un poco la paja de la cama y la tapé con una manta andrajosa
que había en la celda de tal manera que a cualquiera que hubiera pasado por el
pasillo con una vela encendida le habría parecido ver un gato dormido sobre la
paja. Acto seguido probé la llave que había fabricado siguiendo las
indicaciones de Houdini. Si no funcionaba estaba perdido. La puerta tenía tres
cerraduras. Las dos primeras se abrieron con facilidad pero la tercera se resistía; la llave
estaba atascada y se negaba a girar. Menudo problema. Respiré hondo, cambié la
posición de la llave en la cerradura y, esta vez sí, giró con facilidad. Era
libre y todo iba sobre ruedas. No podía coger los libros robados y escaparme
sin más; los libros estaban demasiado vigilados y el castillo lleno de ratones
alerta que no me dejarían escapar con facilidad, así que mi primera labor era
deshacerme los únicos capaces de estropear mis planes, que no eran otros que
mis mortales enemigos. Lenguanegra y Dienteduro, sobre todo Lenguanegra, eran
aparte del rey los ratones más inteligentes del castillo, así que tenía que
sacarlos de la circulación lo antes posible. La única debilidad conocida de Renardo
el Ratón Rampante eran las cerezas; le encantaban, se las hacía traer
directamente desde Japón y no dejaba que nadie más en el castillo las comiera.
No podía acercarme a los libros pero las cocinas del castillo eran otra cosa; a
esas horas de la noche estaban vacías y oscuras excepto por un pequeño fuego
que ardía en un rincón. Pronto encontré la fresquera, que es una habitación
especial llena de hielo donde antiguamente se guardaban los alimentos, y en la
fresquera había una gran caja llena de cerezas rojas y maduras. Tiré casi todas
las cerezas por una ventana que daba al mar pero guardé unos cuantos huesos y
unos cuantos rabitos y con ellos me dirigí a la habitación de Lenguanegra y
Dienteduro. Abrí la puerta con mucho cuidado y allí estaban mis enemigos,
roncando y bufando; entré silencioso como una sombra y dejé un pequeño
montoncito de huesos y rabitos de cereza debajo de cada cama. Hecho esto volví
a mi celda. Apenas podía aguantarme la risa.
Por la mañana temprano me sacaron de mi celda y me llevaron
al salón del trono. El rey estaba fuera de sí. ¡¡TÚ, MALDITO GATO!! -gritó-
¡¡TÚ TE HAS COMIDO MIS CEREZAS!! Con todos los respetos, majestad -respondí-
¿usted me ha mirado bien? ¿para qué querría yo ninguna cereza? ¿acaso parezco
un mirlo? Si al menos hubieran sido sardinas... Además, estoy encerrado en una
celda cuya puerta de hierro tiene tres cerraduras ¿Cómo iba a escapar? Me temo
que tiene usted ladrones de cerezas en su castillo, majestad. El rey se quedó
pensativo y al final tomó una decisión: Que nadie se mueva de aquí -ordenó-
mientras el capitán de la guardia registra el castillo en busca de las cerezas.
Al rato volvió el capitán con cara de preocupación, dejó caer un montoncito de
huesos y rabitos de cereza delante del rey y le dijo algo al oído.
¡Lenguanegra, Dienteduro! ¿Cómo os habéis atrevido? ¿Nosotros? ¡¡Nosotros no
hemos sido!! -dijeron al unísono-. ¿Cómo explicáis entonces los restos de
cerezas que había bajo vuestras camas? ¡Leonardo! -gritó Lenguanegra-, ¡Seguro
que ha sido Leonardo!. Claro que sí, -dijo el rey- seguro que ha sido el gato,
desde su celda; como si no me hubiera dado cuenta cómo me miráis cuando me como
mis cerezas. ¡A la mazmorra con ellos! ¡Y el gato también!
Y allá que nos llevaron, de vuelta a la mazmorra. Con Lenguanegra
y Dienteduro prisioneros yo pude continuar con mis planes. La noche siguiente
volví a escapar de mi celda, entré furtivamente en la habitación del jefe de la
guardia y robé su porra de goma con mango de plata. Dejé la porra en la
habitación del chambelán a quien robé una túnica de seda que dejé en la
habitación del cocinero jefe a quien robé un tenedor de oro que dejé en la
habitación del jefe de la guardia. Al día siguiente el jefe de la guardia
acusaba al cocinero jefe (pues había reconocido el tenedor) de robarle la
porra, el cocinero jefe acusaba al chambelán de robarle el tenedor y el
chambelán acusaba al capitán de la guardia de robarle su túnica de seda.
Durante las siguientes noches seguí robando cosas y cambiándolas de sitio para
que los ratones se acusaran de robo entre ellos. Poco a poco la situación se
fue haciendo más difícil y las discusiones más frecuentes. Había peleas por
todo el castillo y el rey no daba a basto mandando ratones y más ratones a las
mazmorras. Al final estalló una pelea monumental; tan grande era que los gritos
y los golpes llegaban hasta donde yo estaba. Había llegado mi momento. Usé mi
llave una vez más, abrí la puerta y abandoné las mazmorras no sin antes saludar
a Lenguanegra y Dienteduro que estaban encerrados cerca de allí. Sus gritos y
sus maldiciones me acompañaron mientras subía las escaleras que llevaban al
patio del castillo. Aquello parecía un campo de batalla: había peleas y ratones
inconscientes por todos los rincones. Con cuidado y sin dejarme ver demasiado
me dirigí a la biblioteca del castillo que ya no estaba vigilada: los guardias
parecían haberse golpeado entre ellos hasta caer inconscientes. Y allí, entre
libros rotos a medio roer, estaban los libros robados; así que los cogí y
decidido a no perder más tiempo me dirigí a la puerta... pero había un
problema. En la puerta de la biblioteca, bloqueando la salida, estaba Renardo
el Ratón Rampante. Y estaba muy, muy, pero que muy cabreado. ¡TÚ, maldito gato!
¡Mi castillo está patas arriba y mis ratones parecen haberse vuelto locos, pero
estás muy equivocado si crees que vas a conseguir burlarme! Y dicho esto se
abalanzó sobre mí con las fauces abiertas. Tampoco hay que ponerse así,
majestad -dije mientras saltaba a un lado para esquivar su embestida-, al fin y
al cabo te avisé, te dije que si no me dabas los libros por las buenas te
arrepentirías. Pero él no atendía a razones. Y se movía muy rápido para ser un
ratón tan voluminoso. Con un rugido volvió a saltar sobre mí, y esta vez
consiguió pegarme un mordisco en una pata. ¡Pero bueno! -me dije- ¡Esto sí que
es el colmo! Que yo tenga que aguantar este comportamiento de un ratón
cabreado. Así que cuando volvió a atacarme saqué mis garras, esperé con
tranquilidad, y cuando llegó el momento preciso ¡¡ZAS!! le crucé la cara de un
zarpazo dejándole cuatro líneas ensangrentadas en el hocico. Renardo quedó
dolorido y desconcertado, no estaba acostumbrado a que nadie se defendiera de
esa manera. Yo aproveché su perplejidad, llegué a la salida de un salto, me
despedí con una reverencia florida y usando mi llave especial cerré la puerta
dejando a Renardo dentro. Él gritaba, maldecía y golpeaba la puerta pero allí
se quedó. Yo me dirigí a la salida del castillo y casi nadie me molestó. Las
peleas se iban terminando por falta de contendientes: la mayor parte de los
ratones estaban heridos o inconscientes; solamente un pequeño ratón que no
parecía estar peleando con nadie reparó en mí. ¡Guardias! ¡El gato se escapa!
-gritó- ¡Alarma! ¡Alar... PLOF! Lo dejé fuera de combate de un golpe con el
libro robado, que no sé si será mágico pero sí sé que tiene más de dos mil
páginas y pesa casi cinco kilos.
Y así termina esta aventura. Regresé al monasterio y devolví
el libro robado a los monjes escritores. Todavía me quedé con ellos durante un
tiempo, y aprendí muchas cosas y corrí un par de aventuras, entre ellas la
aventura de la imprenta fantasma. Pero esa es otra historia y deberá ser
contada en otra ocasión.
lunes, 12 de marzo de 2012
El pardalet perdut a París.
El cavall somiat
Autora: Marta Ruiz.
Edad: 6 años.
Colegio: C.E.I.P. Jorge Juan, Novelda.
Curso: 1º A
En un libro largo y emocionante (justo como me gustan a mí) Marta nos cuenta que los sueños a veces se hacen realidad. También aprendemos en este cuento que los animales no son juguetes y que necesitan cuidados, cariño y compañía. Como ya digo es un libro muy completo y con unas ilustraciones muy bonitas.
Click en las imágenes para verlas en grande.
Edad: 6 años.
Colegio: C.E.I.P. Jorge Juan, Novelda.
Curso: 1º A
En un libro largo y emocionante (justo como me gustan a mí) Marta nos cuenta que los sueños a veces se hacen realidad. También aprendemos en este cuento que los animales no son juguetes y que necesitan cuidados, cariño y compañía. Como ya digo es un libro muy completo y con unas ilustraciones muy bonitas.
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La xiqueta perduda.
Autora: Lucía G.
Edad: 6 años.
Colegio: C.E.I.P. Jorge Juan, Novelda.
Curso: 1º A
Este es mi primer libro robado en el cole de Novelda. Me llamó la atención por su limpieza, por la belleza de sus colores y tabién porque la historia nos enseña dos cosas: que no deberíamos ir solos al bosque y que en mamá siempre podemos confiar. Y claro, si sabemos que en mamá (y también en papá, claro) siempre podemos confiar, deberíamos pagarle con la misma moneda ayudando en casa, siendo obedientes y dándole muchos, muchos besos.
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Edad: 6 años.
Colegio: C.E.I.P. Jorge Juan, Novelda.
Curso: 1º A
Este es mi primer libro robado en el cole de Novelda. Me llamó la atención por su limpieza, por la belleza de sus colores y tabién porque la historia nos enseña dos cosas: que no deberíamos ir solos al bosque y que en mamá siempre podemos confiar. Y claro, si sabemos que en mamá (y también en papá, claro) siempre podemos confiar, deberíamos pagarle con la misma moneda ayudando en casa, siendo obedientes y dándole muchos, muchos besos.
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viernes, 9 de marzo de 2012
El regreso de Leonardo (I)
Seguro que todos habéis oído hablar de la sombra oscura que se desliza en la noche, de la zarpa suave que no hace ruido, del azote y terror de los ratones de biblioteca... ¿ah no?... bueno... vaya, pues entonces me presentaré:
Mi nombre es Leonardo y soy un gato de biblioteca. Vivo en una biblioteca secreta, escondida en lo alto de la más alta torre de un castillo construido en lo alto de una alta montaña. Algunas noches, me gusta merodear por el mundo en busca de libros nuevos y hace unos años, durante una de mis aventuras nocturnas llamó mi atención un precioso libro que había escrito una niña; sin embargo, antes de que pudiera terminar de leerlo mis mortales enemigos los ratones de biblioteca mordisquearon, royeron y rumiaron el pobre libro hasta destruirlo completamente. Desde entonces, moviéndome en lo profundo de la noche, robo los libros que escriben los niños y los pongo a salvo en esta página de internet para que Lenguanegra y Dienteduro, los terribles ratones que destruyeron el libro de aquella niña no puedan ni tocarlos. Luego, cuando los libros están a salvo, se los devuelvo a sus propietarios de la misma forma furtiva y secreta en que los robé; si acaso, de vez en cuando acompaño el libro devuelto con alguna nota de agradecimiento.
Soy el ladrón más habilidoso de las cuatro cuadernas, los cinco continentes y los siete reinos y he regresado. He descubierto un nuevo filón de libros en un cole de Novelda y a partir de ahora tendréis noticias mías. Soy la sombra oscura que se desliza en la noche, soy la zarpa suave que no hace ruido, soy el azote y terror de los ratones de biblioteca. Soy Leonardo, el Ladrón de Libros.
Mi regreso sin embargo no ha sido fácil, ya que durante los últimos meses he estado prisionero en las profundas mazmorras del Castillo de If, la guarida infecta del terrible Renardo, el Ratón Rampante, el rey de los ratones de biblioteca. Pero dejad que comience a contar mi historia por el principio.
Todo empezó durante una visita a Parnasia, el país donde viven los monjes escritores que conocen el secreto de las letras cambiantes. Estos monjes, son capaces de escribir libros enteros que ocupan una sola página. Tú lees la página y cuando terminas, las letras cambian y se transforman en la página siguiente y así una y otra vez hasta que terminas de leer el libro. Con esta técnica secreta se puede hacer que libros gordísimos quepan en una simple hoja de papel.
El monasterio de los monjes escritores se encuentra en un precioso valle rodeado de árboles frutales y perfumados huertos. Los caminos que lo rodean siempre están llenos de gente bulliciosa que va a consultar la maravillosa biblioteca del monasterio o a aprender la sabiduría de los monjes. El día de mi llegada sin embargo, el monasterio estaba sumido en una nube de oscuridad y tristeza; sus puertas, hasta entonces siempre abiertas se encontraban cerradas a cal y canto. Algo terrible debía haber ocurrido. Llamé y llamé golpeando las puertas cerradas pero nadie abría. Estaba a punto de marcharme desilusionado cuando se abrió una pequeña mirilla. ¿Quién eres y qué quieres? preguntó una voz malhumorada. Soy Leonardo, el gato de biblioteca (la de ladrón de libros es mi identidad secreta), respondí, y vengo a visitar el monasterio. Aunque me esté mal el decirlo, soy bastante conocido entre los bibliotecarios de los mundos imaginarios, así que cuando me di a conocer, no solo me dejaron pasar sino que me invitaron a un delicioso vaso de leche con galletas y más tarde me llevaron ante el abad.
El abad, que es el jefe supremo de los monjes era un anciano de cabeza calva, piel arrugada , grandes cejas y larga barba blanca. Era un hombre muy anciano pero la tristeza y las preocupaciones hacían que pareciera más viejo todavía. No tardó demasiado en explicarme a qué se debía la nube de tristeza que pesaba sobre el monasterio: el mayor de sus tesoros, el último libro mágico, aquél en cuyas páginas se escondía el secreto de las letras cambiantes había sido robado y todavía no sabían cómo podía haber sido. Desde mi aventura del ordenador desaparecido y el lago del lodo azul, mi fama como detective se había extendido por los reinos imaginarios, así que aprovechando que estaba allí, el abad me pidió ayuda para resolver el misterio y a ser posible recuperar el libro que era el corazón del monasterio.
Lo primero que hice, emulando a mi detective favorito Sherlock Holmes, fue inspeccionar la sala donde había estado el libro robado, como si dijéramos la escena del crimen. Era una pequeña habitación con gruesas paredes construidas con piedra hechizada y la única entrada era una gruesa puerta de hierro con siete cerrojos y cinco candados; la puerta sin embargo no había sido forzada así que busqué otras entradas. Las paredes estaban cubiertas de estanterías donde, junto con el libro mágico se guardaban los libros más valiosos del monasterio y fijándome detenidamente me di cuenta gracias a unas marcas en el suelo que una de ellas había sido movida recientemente. Esto, me dije, es una pista. Con ayuda de unos monjes pude retirar la estantería y ¡oh sorpresa! detrás había un gran agujero roído en la misma roca y que se perdía en la oscuridad. Con tantos libros valiosos, pensé, y después de todo el trabajo de agujerear la roca mágica, me extrañaría que los ladrones no volvieran para conseguir más botín; así que esa noche decidí esconderme en la penumbra, en lo alto de uno de los estantes llenos de libros y hacer guardia por si los ladrones regresaban. Las horas se hacían interminables y cansado como estaba por tantas emociones, a pesar de mis hábitos nocturnos pronto empezaron a pesarme los ojos. Me pesaban y me pesaban, mi cabeza se caía y entonces despertaba parpadeando; así una y otra vez hasta que me venció el sueño. Me despertó el ruido suave de la estantería al moverse y unas voces desagradables que susurraban. Los gatos vemos bien en la oscuridad, así que cuando los ladrones entraron no me costó nada reconocerlos: ¡Lenguanegra y Dienteduro! Mis odiados enemigos eran los ladrones que habían robado el libro mágico de los monjes escritores. Debí de haberlo sospechado: solo Dienteduro habría sido capaz abrir a mordiscos un túnel en la durísima roca hechizada de las paredes y mover la pesada estantería, y solo a Lenguanegra se le podía haber ocurrido un plan tan maquiavélico. Reprimiendo a duras penas mis instintos felinos que me gritaban ¡Salta! ¡Ataca a esos malvados ratones! me quedé inmóvil y silencioso rechinando los dientes y con mis garras clavadas en la madera. Si los cogía ahora, y vaya si podía hacerlo, tal vez nunca sabría dónde habían escondido el libro mágico que se perdería para siempre, así que decidí esperar y seguirlos cuando se fueran. Después de mucho discutir eligieron un pequeño libro azul encuadernado en cuero y Dienteduro le pegó un mordisco. Al verlo, lenguanegra le dio a Dienteduro una tremenda colleja: ¡Los libros de esta habitación no se comen, idiota! ¡Órdenes del Rey! Dienteduro protestó malhumorado pero obedeció, y entre discusiones y gruñidos se marcharon llevándose el libro azul sin olvidar, eso sí, volver a poner la estantería en su sitio. Con eso no había contado, ahora no podía seguirlos ya que yo solo no podía mover la pesada estantería y si avisaba a los monjes para que me ayudaran perdería un tiempo precioso. No puedo mover la estantería, me dije, pero sí puedo mover los libros uno por uno, así que con mucho cuidado retiré los libros del estante de abajo, arranqué con cuidado un par de tablas del fondo y ¡eureka! ahí estaba el agujero. Silencioso como una sombra me colé por él en persecución de mis enemigos. Fue una persecución larga y peligrosa y a pesar de mis movimientos suaves como la brisa, muchas veces temí haber sido descubierto; Lenguanegra y Dienteduro no son rivales a los que se pueda tomar a la ligera, sin embargo siguieron caminando despreocupados, gruñendo y rezongando sin detectar mi presencia. Casi había amanecido cuando aparecieron a lo lejos los torreones negros del Castillo de If: habíamos llegado a nuestro destino, ya sabía dónde se ocultaba el libro mágico así que volví al monasterio.
Malas noticias, dijo el abad, el Castillo de If es inexpugnable: está construido en un acantilado sobre un mar siempre embravecido, sus muros son altos y están bien vigilados y no existen pasadizos ni desagües conocidos que permitan una entrada más secreta. Además el rey de los ratones que vive en el castillo es tan listo como malvado y no permitirá que ningún gato entre en la fortaleza. Me temo, reflexionó, que el libro mágico se ha perdido para siempre. Yo había meditado sobre el problema durante el camino de vuelta, así que le dije al abad: yo entraré en el castillo y recuperaré el libro. ¿Saltarás acaso los altos muros? preguntó. No pienso hacer tal cosa, respondí yo. Entonces te propones excavar un túnel y entrar por el subsuelo, afirmó perplejo. No tengo previsto desgastarme las uñas rascando el suelo, dije entre risas. ¿Nadarás acaso en el mar embravecido arriesgándote a que el oleaje te estrelle contra el acantilado? se sorprendió. Soy un gato, y los gatos no somos buenos nadadores, buen abad; entraré en el Castillo de If por la puerta, a la vista de todos y si no me equivoco me vitorearán mientras lo hago. El abad, por supuesto no me creyó, pero como era un hombre prudente se abstuvo de hacer ningún comentario. Yo por mi parte dediqué el día a prepararme consultando ciertos libros en la biblioteca del monasterio y a estudiar los planos del Castillo de If que el amable monje archivero me ayudó a localizar. Cuando cayó la noche decidí esperar el regreso de los ladrones subido a un árbol junto al camino. No tardaron en aparecer llevando otro libro robado (que también había sido mordido por el inconsciente de Dienteduro). Al igual que había hecho la noche anterior los seguí como una sombra hasta que al amanecer se volvieron a divisar las almenas negras del Castillo de If. Fue en ese momento cuando me volví más descuidado: me movía con menos soltura, de vez en cuando pisaba alguna ramita que hacía un ruido ominoso al romperse. Mis enemigos parecían no darse cuenta de nada, sin embargo cuando ya estábamos muy cerca de las puertas del castillo pasó lo que tenía que pasar: diez enormes ratones, del tamaño de conejos grandes y armados con porras de goma, saltaron sobre mí inmovilizándome; no tardaron en tenerme atado y con un saco negro puesto en la cabeza. Las risas y los comentarios desagradables de Lenguanegra y Dienteduro resonaban en la mañana: ¡Maldito gato torpe! ¿Pensabas que no nos habíamos dado cuenta de que nos seguías? ¿Pretendías colarte en nuestro castillo sin que te viéramos? ¡Pobre idiota!
Había caído prisionero de los terribles ratones de biblioteca.
Y esto es todo por hoy. La historia es un poco larga para contarla de una vez, así que si os parece bien la continuaremos el viernes próximo. Durante la semana también subiré los primeros libros robados. Hasta entonces portaos bien y que las letras y los libros os acompañen.
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