viernes, 16 de marzo de 2012

El regreso de Leonardo (II). La fuga del Castillo de If.


 Como recordaréis, la narración se quedó el viernes pasado en el momento en que fui capturado por los ratones de biblioteca del Castillo de If. Yo llevaba la cabeza tapada pero noté el momento en que cruzamos las puertas del castillo por los gritos ensordecedores y las ovaciones de los ratones que lo poblaban. A pesar de los dolorosos moretones que me habían causado las porras de goma de mis capturadores, una ancha sonrisa gatuna cruzó mi cara bajo la capucha negra: tal y como había prometido al abad de los monjes escritores, entraba en el Castillo de If entre vítores y aclamaciones y por la puerta principal. Es verdad que también iba maniatado, dolorido y con la cabeza tapada, pero yo nunca dije que sería sencillo y agradable.


Lo primero que hicieron fue llevarme ante su rey: el temible Renardo el Ratón Rampante. Me metieron a empujones en el salón del trono, me golpearon con las porras de goma hasta que caí de rodillas y solo entonces me quitaron la capucha de la cabeza. Estaba en una gran sala iluminada por antorchas y llena de ratones de todas clases que dejaron escapar una exclamación de asombro al ver mi cara, mi mirada verde y mi sonrisa desdeñosa y llena de colmillos. Había ratones en cada sitio disponible alrededor de la sala dándose empujones para poder verme; incluso había algunos que habían trepado a las columnas para ver mejor. En un extremo de la sala, sentado en su trono y rodeado de ratones guardianes de aspecto terrible estaba Renardo. Era un ratón viejo y enorme; con el pelo gris, las orejas mordisqueadas en mil batallas y una gran corona de hierro sobre la cabeza. Tenía una mirada inteligente y cruel y una voz profunda. Vaya vaya vaya -dijo- conque este es Leonardo, el famoso ladrón de libros; mis fieles súbditos Lenguanegra y Dienteduro me han hablado mucho de ti. Y dime, gato ladrón -continuó- ¿Qué buscabas en el Castillo de If? Me levanté con cierta dificultad, lo que hizo que los ratones retrocedieran un paso entre un murmullo asustado y miré directamente al rey. Me traen dos asuntos al Castillo de If -respondí-, el primero es comprobar por mí mismo si el rey Renardo es tan feo como cuentan por ahí; he descubierto que las malas lenguas se equivocan: es todavía más feo. Más feo incluso que Dienteduro que ya es decir. En cuanto al segundo asunto -continué- he venido a recuperar los libros robados en el monasterio de los monjes escritores; dámelos por las buenas y me marcharé en paz, pero te advierto que si me veo obligado a cogerlos por la fuerza, y no dudes que lo haré, lo lamentarás toda tu vida. A medida que yo hablaba Renardo se fue enfadando más y más: sus dientes rechinaban, sus ojos se ponían cada vez más rojos y poco faltaba para que echara vapor por las orejas. ¡¡MALDITO GATO INSOLENTE!! -estalló por fin- ¡¡A LAS MAZMORRAS!! ¡¡ENCERRADLO EN LA MAZMORRA MÁS PROFUNDA Y MÁS HÚMEDA DEL CASTILLO!! ¡A LAS MAZMORRAS! -gritaba el rey- ¡A las mazmorras! -gritaban los ratones de la corte- Y a las mazmorras me llevaron. De un empujón (me estaba empezando a cansar de tantos empujones) me lanzaron dentro de una habitación estrecha y húmeda con sólidas paredes de piedra. La única cama parecía ser un montón de paja medio podrida y la única ventana era una pequeña abertura llena de barrotes por la que entraba una luz mortecina. No me importaron las incomodidades, tampoco pensaba quedarme mucho tiempo allí. Lo que me interesaba era la puerta, que estaba fabricada con barrotes de hierro y era tan sólida y tenía tantas cerraduras como yo había imaginado. Ese día no pensaba hacer nada para no despertar demasiadas sospechas, además al ser el primer día de mi cautiverio, el ratón gordo y malencarado que hacía de carcelero estaría más alerta; así que me tumbé en el rincón donde la paja parecía estar menos sucia, me estiré como solo los gatos sabemos hacerlo y me dediqué a descansar y a pensar en mis planes.

Os preguntaréis cómo es posible que estuviera yo tan tranquilo estando como estaba encerrado en una mazmorra y rodeado de enemigos. Bueno... no en vano soy un el ladrón de libros más habilidoso de las cuatro cuadernas, los cinco continentes y los siete reinos. Había venido preparado. Como recordaréis de la primera parte de esta historia, durante mi último día en el monasterio de los monjes escritores había estado consultando un libro y un plano. El plano del castillo lo había dibujado el Abate Faria, un antiguo prisionero, así que yo a estas alturas conocía el castillo como la palma de mi mano y podía moverme por él con toda facilidad incluso en lo más oscuro de la noche. En cuanto al libro, era una de las obras de Harry Houdini, el mago escapista más grande de todos los tiempos. Houdini era capaz de escapar de cualquier sitio; incluso estando encadenado no había puerta ni candado que lo pudiera detener. En ese libro, Houdini explicaba cómo fabricar la llave maestra definitiva, una llave casi mágica capaz de abrir cualquier cerradura por complicada que sea. Esa era la llave que tenía yo escondida en una pequeña bolsita camuflada entre el pelo de una de mis patas. Así que conocía el lugar y podía moverme libremente: que se fueran preparando los ratones.

En lo más profundo de la segunda noche llegó el momento de actuar. Amontoné un poco la paja de la cama y la tapé con una manta andrajosa que había en la celda de tal manera que a cualquiera que hubiera pasado por el pasillo con una vela encendida le habría parecido ver un gato dormido sobre la paja. Acto seguido probé la llave que había fabricado siguiendo las indicaciones de Houdini. Si no funcionaba estaba perdido. La puerta tenía tres cerraduras. Las dos primeras se abrieron con facilidad  pero la tercera se resistía; la llave estaba atascada y se negaba a girar. Menudo problema. Respiré hondo, cambié la posición de la llave en la cerradura y, esta vez sí, giró con facilidad. Era libre y todo iba sobre ruedas. No podía coger los libros robados y escaparme sin más; los libros estaban demasiado vigilados y el castillo lleno de ratones alerta que no me dejarían escapar con facilidad, así que mi primera labor era deshacerme los únicos capaces de estropear mis planes, que no eran otros que mis mortales enemigos. Lenguanegra y Dienteduro, sobre todo Lenguanegra, eran aparte del rey los ratones más inteligentes del castillo, así que tenía que sacarlos de la circulación lo antes posible. La única debilidad conocida de Renardo el Ratón Rampante eran las cerezas; le encantaban, se las hacía traer directamente desde Japón y no dejaba que nadie más en el castillo las comiera. No podía acercarme a los libros pero las cocinas del castillo eran otra cosa; a esas horas de la noche estaban vacías y oscuras excepto por un pequeño fuego que ardía en un rincón. Pronto encontré la fresquera, que es una habitación especial llena de hielo donde antiguamente se guardaban los alimentos, y en la fresquera había una gran caja llena de cerezas rojas y maduras. Tiré casi todas las cerezas por una ventana que daba al mar pero guardé unos cuantos huesos y unos cuantos rabitos y con ellos me dirigí a la habitación de Lenguanegra y Dienteduro. Abrí la puerta con mucho cuidado y allí estaban mis enemigos, roncando y bufando; entré silencioso como una sombra y dejé un pequeño montoncito de huesos y rabitos de cereza debajo de cada cama. Hecho esto volví a mi celda. Apenas podía aguantarme la risa.

Por la mañana temprano me sacaron de mi celda y me llevaron al salón del trono. El rey estaba fuera de sí. ¡¡TÚ, MALDITO GATO!! -gritó- ¡¡TÚ TE HAS COMIDO MIS CEREZAS!! Con todos los respetos, majestad -respondí- ¿usted me ha mirado bien? ¿para qué querría yo ninguna cereza? ¿acaso parezco un mirlo? Si al menos hubieran sido sardinas... Además, estoy encerrado en una celda cuya puerta de hierro tiene tres cerraduras ¿Cómo iba a escapar? Me temo que tiene usted ladrones de cerezas en su castillo, majestad. El rey se quedó pensativo y al final tomó una decisión: Que nadie se mueva de aquí -ordenó- mientras el capitán de la guardia registra el castillo en busca de las cerezas. Al rato volvió el capitán con cara de preocupación, dejó caer un montoncito de huesos y rabitos de cereza delante del rey y le dijo algo al oído. ¡Lenguanegra, Dienteduro! ¿Cómo os habéis atrevido? ¿Nosotros? ¡¡Nosotros no hemos sido!! -dijeron al unísono-. ¿Cómo explicáis entonces los restos de cerezas que había bajo vuestras camas? ¡Leonardo! -gritó Lenguanegra-, ¡Seguro que ha sido Leonardo!. Claro que sí, -dijo el rey- seguro que ha sido el gato, desde su celda; como si no me hubiera dado cuenta cómo me miráis cuando me como mis cerezas. ¡A la mazmorra con ellos! ¡Y el gato también!

Y allá que nos llevaron, de vuelta a la mazmorra. Con Lenguanegra y Dienteduro prisioneros yo pude continuar con mis planes. La noche siguiente volví a escapar de mi celda, entré furtivamente en la habitación del jefe de la guardia y robé su porra de goma con mango de plata. Dejé la porra en la habitación del chambelán a quien robé una túnica de seda que dejé en la habitación del cocinero jefe a quien robé un tenedor de oro que dejé en la habitación del jefe de la guardia. Al día siguiente el jefe de la guardia acusaba al cocinero jefe (pues había reconocido el tenedor) de robarle la porra, el cocinero jefe acusaba al chambelán de robarle el tenedor y el chambelán acusaba al capitán de la guardia de robarle su túnica de seda. Durante las siguientes noches seguí robando cosas y cambiándolas de sitio para que los ratones se acusaran de robo entre ellos. Poco a poco la situación se fue haciendo más difícil y las discusiones más frecuentes. Había peleas por todo el castillo y el rey no daba a basto mandando ratones y más ratones a las mazmorras. Al final estalló una pelea monumental; tan grande era que los gritos y los golpes llegaban hasta donde yo estaba. Había llegado mi momento. Usé mi llave una vez más, abrí la puerta y abandoné las mazmorras no sin antes saludar a Lenguanegra y Dienteduro que estaban encerrados cerca de allí. Sus gritos y sus maldiciones me acompañaron mientras subía las escaleras que llevaban al patio del castillo. Aquello parecía un campo de batalla: había peleas y ratones inconscientes por todos los rincones. Con cuidado y sin dejarme ver demasiado me dirigí a la biblioteca del castillo que ya no estaba vigilada: los guardias parecían haberse golpeado entre ellos hasta caer inconscientes. Y allí, entre libros rotos a medio roer, estaban los libros robados; así que los cogí y decidido a no perder más tiempo me dirigí a la puerta... pero había un problema. En la puerta de la biblioteca, bloqueando la salida, estaba Renardo el Ratón Rampante. Y estaba muy, muy, pero que muy cabreado. ¡TÚ, maldito gato! ¡Mi castillo está patas arriba y mis ratones parecen haberse vuelto locos, pero estás muy equivocado si crees que vas a conseguir burlarme! Y dicho esto se abalanzó sobre mí con las fauces abiertas. Tampoco hay que ponerse así, majestad -dije mientras saltaba a un lado para esquivar su embestida-, al fin y al cabo te avisé, te dije que si no me dabas los libros por las buenas te arrepentirías. Pero él no atendía a razones. Y se movía muy rápido para ser un ratón tan voluminoso. Con un rugido volvió a saltar sobre mí, y esta vez consiguió pegarme un mordisco en una pata. ¡Pero bueno! -me dije- ¡Esto sí que es el colmo! Que yo tenga que aguantar este comportamiento de un ratón cabreado. Así que cuando volvió a atacarme saqué mis garras, esperé con tranquilidad, y cuando llegó el momento preciso ¡¡ZAS!! le crucé la cara de un zarpazo dejándole cuatro líneas ensangrentadas en el hocico. Renardo quedó dolorido y desconcertado, no estaba acostumbrado a que nadie se defendiera de esa manera. Yo aproveché su perplejidad, llegué a la salida de un salto, me despedí con una reverencia florida y usando mi llave especial cerré la puerta dejando a Renardo dentro. Él gritaba, maldecía y golpeaba la puerta pero allí se quedó. Yo me dirigí a la salida del castillo y casi nadie me molestó. Las peleas se iban terminando por falta de contendientes: la mayor parte de los ratones estaban heridos o inconscientes; solamente un pequeño ratón que no parecía estar peleando con nadie reparó en mí. ¡Guardias! ¡El gato se escapa! -gritó- ¡Alarma! ¡Alar... PLOF! Lo dejé fuera de combate de un golpe con el libro robado, que no sé si será mágico pero sí sé que tiene más de dos mil páginas y pesa casi cinco kilos.

Y así termina esta aventura. Regresé al monasterio y devolví el libro robado a los monjes escritores. Todavía me quedé con ellos durante un tiempo, y aprendí muchas cosas y corrí un par de aventuras, entre ellas la aventura de la imprenta fantasma. Pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.

15 comentarios:

  1. Classe de 1r A20 abr 2012, 9:49:00

    Hola Leonardo, som els xiquets de la classe de 1r A del col·legi Jorge Juan de Novelda.
    En la classe hi ha 4 llibres per a tú (però després ens els tornes, eh?).
    Per cert, tens els llibre d'Esther que es titula "Els animals de la primavera"?
    Un beset i una abraçada de part de tots!

    ResponderEliminar
  2. leonardo soi esther mi libro es la primavera i els animals me vach equivocar esta mañana val

    ResponderEliminar
  3. esther gomez botella24 abr 2012, 19:40:00

    leonardo els teus ulls son igualest quels la meua gateta

    ResponderEliminar
  4. esther gomez botella24 abr 2012, 19:43:00

    leonardo els teus ulls son iguals quels la meua gateta

    ResponderEliminar
  5. esther gomez botella24 abr 2012, 19:46:00

    leonardo me e quibocat esque antes no se evit i lo eposat dues begades

    ResponderEliminar
  6. Hola Leonardo, soc Adrián del col.legi Jorge Juan de Novelda
    M'agradaria saber si tens el meu llibre. Un salut i un beset.

    ResponderEliminar
  7. Esther gomez botella25 abr 2012, 19:20:00

    leonardo com poses els llibres adeu

    ResponderEliminar
  8. hola leonardo magradaria saber si tens el meu llibre,soc nerea cañadas i el meu llibre sanomena alicia i pais de les maravelles.adeu un beset i una abraçada.

    ResponderEliminar
  9. Esther gomez botella3 may 2012, 14:44:00

    leonardo per que no contestes adeu

    ResponderEliminar
  10. Esther gomez botella5 may 2012, 9:19:00

    leonardo de que color erres el cos adeu

    ResponderEliminar
  11. Esther gomez botella7 may 2012, 8:10:00

    ere del cos

    ResponderEliminar
  12. Esther gomez botella7 may 2012, 8:25:00

    de qui color eres

    ResponderEliminar
  13. Esther gomez botella8 may 2012, 8:30:00

    leonardo no passa res no mires molt si no lo encontres no passa res val adeu

    ResponderEliminar
  14. Esther gomez botella11 may 2012, 13:29:00

    leonardo Leonardo i una gateta que se diu es meu soc esther

    ResponderEliminar